jueves, noviembre 13, 2008

Esteban Monge y Rubén Pagura "embrujados"...

jueves, noviembre 06, 2008

Sobre el concierto de Fito Paez en Costa Rica





Crítica de música

Crítica de música: Como un documento inalterable

Fito y piano: Conciertos hay muchos, como este ninguno

Alberto Zúñiga | albezuni@gmail.com

Nada puede derrumbar el cuerpo de una buena canción. Ahora imaginad dos, tres o cuatro docenas de buenas canciones. ¡Qué fortaleza, no!

Y si a esta fortificación le agregamos un repello de intachable integridad artística, y me refiero a la producción musical de Fito Páez, podríamos estar seguros que en los siglos venideros no habrá escombros bajo el nombre de este argentino del mundo.

Escuchar al Fito en crudo era como una materia pendiente. Después del exquisito disco Euforia (Warner, 1996) empecé a añorar ese momento. A lo largo de los dieciséis temas que lo forman, Fito va revelando al ejecutante de piano. Él en su instrumento, su puerta interestelar y atracadero galáctico, ofreciendo el corazón.

En un concierto de este tipo, como el que Fito Páez nos brindó la noche del martes en la Torre Geko, suceden cosas importantes, tan importantes que pasan desapercibidas.

Un tipo, solo, frente al piano, unas buenas luces y un micrófono bastan para conmover una audiencia y llevarla hasta los extremos fronterizos de la fosforescencia festiva. Todos brillaron esa noche, como los carbunclos de Esteban Monge, nuestro cantautor, quien por fin palpó el estruendo de la gran manada y sacó la jornada con buena puntuación.

Escuchar al Fito en crudo fue poner en evidencia la solidez de sus canciones. Estas, sin refuerzos de ningún tipo, llegaron puras a los oídos. Ahí se posaron, íntegras y contundentes, como las emociones que desatan.

Debo confesar que me asombra la velocidad con que los fanáticos se aprenden las nuevas canciones de sus ídolos. Un síntoma de su poder. En las líneas melódicas de estas nuevas canciones se mantiene la típica estructura de estilo al que este rosarino nos ha tenido acostumbrados. Sin embargo, su formación clásica emerge con una fuerza inusitada para recordarnos que Brahms y Liszt fueron algunos de sus amigos de infancia.

Los contenidos de sus dos más recientes producciones son, quizá, los más paisajistas de toda su obra admitiendo, además, que la familia y los amigos son elementos rutilantes en esas postales del cotidiano que ahora nos canta.

Escuchar a Fito en crudo nos mostró su capacidad de trascender en el momento artístico. Es un tipo de notable entrega escénica. No hay medias tintas, su compromiso es total. Dar es dar sí, pero que manera de recibir cosas de vuelta.

Su franqueza es cautivante y la espontaneidad de su aparente rutina resulta mágica. Como buen guionista y director de cine que ha resultado, él conoce los artilugios de la teatralidad. Sabe medir el momento para aplicar histrionismo y en eso resulta magistral.

Un último elemento que me interesa resaltar de este concierto tiene que ver con la posibilidad de reinventarse que permite el formato de piano solo. Fito se disfrutó a sí mismo, delineó nuevas rutas para avanzar sobre su propio repertorio y estoy seguro que residuos de esta “mise en scéne” tan particular como sorprendente, quedarán grabados en la memoria de todo ese inmenso público que llegó a corearlo de principio a fin.

Para mí, el concierto terminó en realidad cuando a cappella cantó Yo vengo a ofrecer mi corazón . Me dejó como parte del aire. ¡Grande varón, grande!